# Miguel de Cervantes Saavedra's "Don Quijote"
# Texto electrónico por Fred F. Jehle
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# Last edited on 1998-07-13 19:34:16 by stolfi

                PRIMERA PARTE
                DEL INGENIOSO
            hidalgo don Quijote de
                  la Mancha.

               CAPITULO PRIMERO

    \Que trata de la condición y ejercicio del
    famoso hidalgo don Quijote de la Mancha./

  En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre
no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que
vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Una olla de algo más vaca que carnero,
salpicón las más noches, duelos y quebrantos
los sábados, lantejas los viernes, algún
palomino de añadidura los domingos, consumían
las tres partes de su hacienda. El resto
de ella concluían sayo de velarte, calzas de
velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo
mismo, y los días de entre semana se honraba
con su vellorí de lo más fino.

  Tenía en su casa una ama que pasaba de
los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a
los veinte, y un mozo de campo y plaza, que
así ensillaba el rocín como tomaba la
podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con
los cincuenta años. Era de complexión recia,
seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que
tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada,
que en esto hay alguna diferencia en los
autores que de este caso escriben, aunque por
conjeturas verosímiles se deja entender que se
llamaba Quejana. Pero esto importa poco
a nuestro cuento; basta que en la narración
de él no se salga un punto de la verdad.

  Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo,
los ratos que estaba ocioso, que eran los
más del año, se daba a leer libros de caballerías,
con tanta afición y gusto, que olvidó casi
de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
administración de su hacienda; y llegó a tanto
su curiosidad y desatino en esto, que vendió
muchas hanegas de tierra de sembradura para
comprar libros de caballerías en que leer, y
así llevó a su casa todos cuantos pudo haber
de ellos, y, de todos, ningunos le parecían
tan bien como los que compuso el famoso Feliciano
de Silva; porque la claridad de su prosa,
y aquellas intricadas razones suyas le
parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer
aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde
en muchas partes hallaba escrito: \La razón de
la sinrazón que a mi razón se hace, de tal
manera mi razón enflaquece, que con razón/
\me quejo de la vuestra fermosura/. Y también
cuando leía: \Los altos cielos que de vuestra/
\divinidad divinamente con las estrellas os
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento
que merece la vuestra grandeza/. Con estas
razones perdía el pobre caballero el juicio, y
desvelábase por entenderlas y desentrañarles
el sentido, que no se lo sacara ni las
entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara
para solo ello.